domingo, 5 de noviembre de 2017

Cuando era izquierdista


Una de las ideas que he tenido siempre, y que ha gobernado mi vida, es la de que el hombre nace izquierdista, y la vida lo va derechizando. Desde que estaba en la escuela primaria, siempre había alguien tratando de adoctrinarme sobre la lucha de clases, el glorioso socialismo o el antiimperialismo. Aunque estaba de acuerdo con muchas de esas ideas, nunca llegué a pasar de ser un izquierdista tibio, siempre había algo que no me cuadraba en esas ideologías. Cuando llegué a la universidad, ya la cosas estaban cambiando. La perestroika nos decía que dentro del socialismo las cosas no eran color de rosa, y podía discrepar abiertamente con amigos que profesaban un comunismo cavernícola. Fueron ellos los que iniciaron mi camino al liberalismo económico, cuando negaban las contradicciones de su pensamiento, que para mí eran tan claras. Por qué, si el socialismo es tan bueno, tanta gente arriesga la vida para escapar y nadie huye de un país capitalista hacia uno socialista, por qué un universitario me hablaba de una dictadura del proletariado que en donde no habría lugar para los universitarios, porque allí un graduado valdría lo mismo que un obrero. 

Recuerdo que en esas discusiones era tachado de burgués, con la pasión de quien cree hacerme un insulto terrible. Yo no sabía entonces muy bien lo que significaba esa palabra, y pronto me dieron explicaciones detalladas sobre cómo los pequeños burgueses vivían un mundo de comodidades a espaldas del pueblo. Esas explicaciones cambiaron mi rumbo. Mi aspiración fue desde entonces convertirme en un burgués. Soñaba con tener una hermosa casa y salir en un auto nuevo por las calles, mientras todos los comunistas me gritaban improperios desde sus ropas desgastadas y harapientas.

Afortunadamente, para entonces ya había llegado la Generación X. Ese movimiento sin ideología se convirtió en mi ideología, y de pronto me vi colaborando para desterrar la política de la vida universitaria. Así fui testigo de la primera vez en la historia universitaria en que hubo elecciones estudiantiles sin una lista afiliada a algún movimiento político. Mi camino hacia la derecha estaba ya marcado.

En el mundo real fuera del claustro universitario, tuve la suficiente percepción para ver cómo el capitalismo nos tendía trampas para abandonar el izquierdismo. El pago de los primeros sueldos y las responsabilidades familiares lo vuelven a uno capitalista. Por primera vez podía comprar cosas que yo quería, y no sólo aquellas que necesitaba. Por su parte, aquellos amigos que un día quisieron hacer la revolución mundial, poco a poco se limitaban a querer cambiar al país, para terminar queriendo solamente poder vivir tranquilo con su familia, con el único consuelo de estar lo suficientemente tranquilos para poder criticar al gobierno.

Con el tiempo, hasta el socialismo pasó de moda. Los que hoy se llaman a sí mismos “socialistas” o “izquierdistas” ya no son ni la sombra de los que yo llegué a conocer, aquellos que al escucharlos hablar parecía que al día siguiente abandonarían todo y se irían a la selva a iniciar la revolución. Pero el mercantilismo liberal tampoco es lo que nos prometieron que sería, no es por lo que creímos luchar. Al final, he vuelto a no creer en nada, he vuelto a ser un Generación X en medio de los millennials. Pero por alguna razón ya no puedo volver a ser un izquierdista, y me tengo que conformar con ser un liberal ortodoxo con unas pocas opiniones de izquierda.

Es que, como dije al principio, el hombre nace izquierdista y la vida lo va derechizando.

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