domingo, 29 de junio de 2014

Evangelio apócrifo


Quien tenga oídos, que oiga, y quien tenga ojos, que lea, pues esta es la historia verdadera de quien fue enviado para librarnos del pecado y llamarnos a la vida eterna.

He aquí que en el tiempo del general Tiberio, surgió de un humilde pueblo del interior el hijo de un carpintero, en quien el verbo se hizo carne, y empezó a predicar entre nosotros.
Se dice que el primero de sus prodigios sucedió en una fiesta que se daba con motivo de una boda, en donde convirtió el agua en chicha, para asombro de los invitados. Poco después escogió a un grupo de pescadores para hacerlos sus seguidores y empezó a recorrer los pueblos predicando la igualdad y el amor entre los hombres. La gente le seguía al escuchar sus palabras y pronto se contaban por cientos. En cada pueblo que llegaba, se le acercaban ciegos, lisiados y enfermos en busca de sanación. Él devolvía vista, fuerza y salud a aquellos que se lo pedían con fe, y ganaba nuevos seguidores entre los que veían sus milagros y escuchaban su palabra.

La noticia de su prédica se esparció por la región y vinieron los medios de comunicación, pero él se negaba a las entrevistas. “Digan lo que han visto, los ciegos ven, los enfermos sanan y los hombres se llenan de fe”, les decía.

Este mensaje de igualdad no era bien visto por muchas autoridades, pues no aceptaban que los pobres y desamparados fueran iguales a los prefectos, hacendados, a los de tez clara y a los educados en las grandes ciudades. Los señores del templo decían que se juntaba con pecadores, que no respetaba los días sagrados y que no dejaba limosna en los templos. Incluso le acusaban de tener a su lado a una conocida bataclana de pueblo, que lo seguía a todas partes.
Una vez lo dejaron entrar al estadio municipal de un pueblo, en donde hizo su prédica ante miles de personas. Como la gente acudió desde temprano, muchos tenían hambre a la hora en que llegó. Pidió una bolsa de panes y unos pescados fritos a uno de sus discípulos y trozándolos, los fue repartiendo de manera que alcanzó para todo el público concurrente, dejando sin negocio a los vendedores de caramelos, sánguches, turrones, churros y canchita, que salieron criticando su sermón.

En otra ocasión, habló a la gente diciendo que los bienaventurados son los que sufren, los pobres, los perseguidos y los limpios de corazón. Esto enfureció a los comerciantes, que se habían pasado toda su vida convenciendo a la gente que la felicidad se halla teniendo hermosa ropa, el último modelo de celular, un gran auto y bebiendo bebidas embotelladas.

La gente que lo seguía empezó entonces a llamarlo mesías, el enviado. Esto molestó mucho a los famosos escritores de libros de autoayuda, que querían ser los únicos que ofrecieran esperanza a la humanidad.

Fue entonces que lo acusaron de difundir ideas subversivas y antiimperialistas, de incitar a la lucha armada, y de querer establecer el comunismo en esas tierras. Cuando llegó a la capital de la provincia, sentado en un mototaxi, fue intervenido por los agentes del orden. Fue preguntado si es que estaba en contra del Estado y la Patria. Por respuesta, pidió que le alcancen un billete. Preguntó de quién era la efigie grabada en el billete, y cuando le respondieron que era del Padre de la Patria, respondió que había que darle a la patria lo que es de la patria, y a Dios lo que es de Dios. Ante esto, fue liberado por falta de pruebas, ante el estupor de sus adversarios, incapaces de creer que el Mesías vendría de un pueblo insignificante que apenas aparecía en el mapa.

Cuando llegó al templo principal de la capital, la emprendió contra todos los comerciantes que vendían en las puertas: los cambistas de dólares, los que vendían productos chinos, los que ofertaban imágenes y folletos con instrucciones para obtener milagros garantizados, los vendedores de helados y dulces. Hasta los vendedores de figuritas del mundial fueron objeto de su ira. Fue denunciado por alteración del orden público y destrucción de propiedad privada.

Ya que no era fácil arrestarlo debido a su imagen pública, lograron convencer a uno de sus discípulos para entregarlo a cambio de inmunidad, amnistía y una recompensa de treinta fajos de billetes. La oportunidad llegó después de una pollada que hizo el grupo para celebrar la Pascua. El traidor discípulo, con el pretexto de tomarse un selfie con su maestro, lo retuvo el tiempo suficiente para que el escuadrón antimotines enviado lo pudiera arrestar.

El juicio fue televisado en cadena nacional y fue condenado por disidencia, portación de ideas e incitación a la rebelión. El presidente de la Asamblea de Gobierno dijo que esos delitos no ameritaban la pena de muerte solicitada, pero al, final aceptó, según se dijo bajo la amenaza de la publicación de ciertos videos que podían acabar con su carrera pública.

La última oportunidad de salvación fue cuando se presentó una solicitud de indulto, la cual cuando iba a ser firmada, manos misteriosas cambiaron su expediente por el de un conocido acusado por corrupción.
Entonces, condenado y en desgracia, fue abandonado por todos, incluso por sus discípulos. Desaparecieron todos aquellos que portaban pancartas que decían “Contigo hasta la muerte”, los que dijeron que lo defenderían en el Parlamento, los que decían seguirlo en twitter y Facebook, incluso los que organizaron colectas en su nombre no pudieron ser ubicados.

Una vez cumplida la sentencia, aquellos que una vez le siguieron trataron de continuar con sus vidas. Unos pocos dicen que lo han visto caminando por las calles, predicando ante sus antiguos discípulos, que aún se reúnen con los pocos seguidores que han quedado. Dicen que es cierto que se aparece de vez en cuando a quien lo necesita y a quien cree en él, que todavía se escucha su voz predicando la felicidad de los que nada tienen, de la hermandad de todos los hombres y del amor al prójimo.

Esta es la verdad. Quien tenga oídos, que oiga, y quien tenga ojos, que lea.

lunes, 23 de junio de 2014

La verdad sobre las personas


De vez en cuando tengo alguna reunión donde las personas no esperan escuchar lo que uno tiene que decirles, sino buscan que uno diga algo que refuerce la posición que han adoptado previamente. Yo trato de cuidarme mucho de estas cosas, presentando los pros y los contras de cada opción, pero ellos simplemente no me escuchan hasta que llego a la parte que ellos quieren oír, cuando uno de los pros o contras coincide con lo que piensa. Ahora, su rostro cambia, y se muestra de acuerdo con ese pequeño pedazo de argumento que le permitirá presentarse a sus superiores con la aprobación de un experto que avale su decisión. Y esta es una verdad sobre las personas. Solo se presta oídos a los argumentos que están de acuerdo a lo que uno piensa. Por eso, y no por otra razón, es que es tan difícil convencer a otra persona de algo, y por eso no se puede razonar con muchas personas especialmente sobre temas de religión o política. Ellos desecharán las veinte razones en contra de su pensamiento y aceptarán la única razón que les favorece.
Esta, y otras razones son las que hacen que en el mundo no podamos entendernos todos, las que hacen que nuestra vida no sea tan fácil. Imagínense que sencilla sería la vida si todos pensaran como nosotros. Sería el paraíso, o sería una dictadura total, pero sería sencillo.

Otra cosa que he aprendido, y me han recordado recientemente, es que las personas no hacen lo que es bueno o malo, sino simplemente lo que piensan que les conviene. Otra vez en una reunión de trabajo, nos pasamos discutiendo un buen rato sobre cómo debería ser tal trámite. Al final de la reunión, todos quedamos de acuerdo sobre cómo debería ser las funciones de todos los que intervenían en ese proceso, hicimos un hermoso diagrama de flujo y reglas claras para que el trámite sea fácil y cumpla con su cometido. A la reunión siguiente tuve que informar del rotundo fracaso del proceso, indicando que la gente simplemente no seguía el proceso. ¡Pero si ya todo está definido, todos tienen sus responsabilidades! Me decía mi superior, casi gritando. Yo solo indiqué, lo más calmo que pude, que estaba describiendo las cosas no como deberían ser, sino cómo se estaban comportando en la realidad. Tuve que llevar a mi superior al campo para que pueda ver personalmente cómo las personas no hacen lo que deben, sino que hacen todo lo posible para no hacerse responsable del proceso que realizan.

Nuevamente, por eso es que los grandes planes se diluyen en las pequeñas responsabilidades que nadie quiere asumir, la gente se conforma con ser dueño de su propia burbuja, sin preocuparse de las grandes visiones corporativas, o del destino de la patria.

¿Por eso estamos como estamos como estamos en este país? El día de mi descanso aproveché para comprar unas películas piratas para ver con los compañeros, cuando a mi lado llegó al puesto una señora para llevarse una cantidad regular de videos. Muy meticulosa, quería que el vendedor le diera una tarjeta para poder ubicarlo y devolverle las películas en caso de que no se vean bien en su casa. Al negarse el vendedor, se retiró ofuscada, diciendo que no sabían tratar a los clientes y que por eso el país no progresaba. Estuve a punto de abrir mi bocota, pero la señora se alejó rápidamente. Veamos la situación: La señora está comprando videos piratas, lo cual es algo ilegal, un delito; quiere un video pirata de calidad y con garantía, quiere que el vendedor se arriesgue a ser encontrado por la policía, tal vez arrestado por su actividad, ¡Y todavía se queja del mal servicio y dice que por eso estamos como estamos en este país!
¿Realmente la señora espera que el país progrese dando garantía y buen servicio un vendedor de videos piratas? Llámenme subversivo, pero creo que las personas como esa señora son las que hacen que el país esté como está.

El último episodio me lo contó mi hermana. Un buen día ella, tal vez sin darse cuenta, empezó a cantar mientras hacía su trabajo. Conociéndola, debió ser un día en que ella se sentía bien, cosa que no me importaría a mí si me pasara. Pero, como dije antes, no todos se portan como lo haría yo. Otra de las personas le reclamó en voz alta que por qué se atrevía a cantar, que cómo se atrevía a cantar en una oficina. Otra de las trabajadoras le tuvo que decir esta verdad sobre las personas: Algunas no soportan que alguien a su alrededor se sienta feliz.

Es que el mundo no es como quisiéramos que fuera, sino sencillamente, es como es.

martes, 17 de junio de 2014

En la tierra de las metáforas


Después de una noche completa de conversación y diversión, soñé que llegaba a la tierra donde uno se convierte en metáfora. Esto, que parece un lugar de ensueño y deseos realizados, es en realidad un lugar terrible, creo que depende con quién vayas. Voy a tratar de explicarlo.

Apenas puse pie en la tierra de las metáforas me convertí en vaso. Yo no tengo problemas en ello, pero tú empezaste de lamentarte “¡Estoy medio llena!” no parabas de decir. Yo trataba de responder que yo te veía medio vacía, pero no servía de nada. No dejabas de compararte con las finas copas de cristal, altas y delgadas, hasta que llegó la multitud de vasos medios vacíos huyendo despavorida. “¡Allá viene!, ¡Allá viene!” repetían. ¿Quién viene? preguntaba en medio del barullo. “¡Es la gota que derramó el vaso!”. Ante tal peligro, me uní a la estampida corriendo, no vaya a ser que me derramen a mí también.

Corriendo, corriendo, llegamos al distrito de los clavos. De pronto me vi hundido hasta la mitad en una tabla, incapaz de moverme, cuando empezaste de nuevo. “¿Por qué nunca me sacas?” Quise explicarte que no creo en eso de que un clavo saca a otro clavo, pero tú insistía en que en todas partes otros clavos sacan a otros clavos a bailar, a cenar y que yo nunca te saco a ninguna parte. Me quedé pensando en que pareces un clavo, pero tal vez lo que pasa es que te falta un tornillo. Tal vez lo que pasa es que no tengo madera para ser clavo.

Salimos del distrito para entrar en el valle de las liebres. Nuevamente empezaste a arruinarlo todo con tus preguntas “¿Por dónde crees que voy a saltar?” Fue inútil tratar de explicarte que por donde menos se piensa salta la liebre. Tú seguías lamentándote “Pero tú me conoces, tienes que saber”. Pero nunca funcionaba. Siempre que creía conocer el lugar ¡Pum! salta la liebre en otro lugar que no se me había ocurrido.

A estas alturas ya me estaba aburriendo, cuando llegamos a una playa llena de peces. Es que hay muchos peces en el mar, me decían. No gracias, estoy bien así, les respondía. Pero los peces no se rendían. Si quieres, te podemos mostrar el camino hacia el prado de las telas raídas, allí nunca falta un roto para un descosido. Pero yo ya no tenía ganas de quedarme.

Ofuscado, decidí irme de la tierra de las metáforas y regresar a mi mundo antes de que se me pase el tren. No es que esté tan mal, pero uno siempre ve más verde el pasto del otro lado.

miércoles, 11 de junio de 2014

Para sobrevivir a la soledad


Para sobrevivir a la soledad hay que saber engañarla, dejar que pase por los costados, por arriba, por abajo, no importa que la forma no sea elegante o tenga poca gracia, lo importante es nunca pararse al frente de ella, jamás verla a los ojos con la estúpida idea de interpretar lo que se esconde detrás de ellos; lo importante es nunca citarla como hace un torero con su bestial enemigo, lo importante es siempre estar dispuesto a retroceder un poco más y si es necesario a correr.

Para sobrevivir a la soledad hay que saber lanzarse al burladero rápido y con agilidad, buscando la protección de los muros de mentira que sentimos que nos protegen.

Para evitar la soledad hay que tener hambre, pero de verdad, hay que dejar que el sonido de las tripas sea quien distraiga a la cabeza; hay que buscar problemas serios, de esos que nos hacen luchar cada día por sobrevivir, por lograr una bocanada más de aire, por mantenernos a flote; para ello, uno está en la obligación de enfrascarse en todas las peleas que pueda porque las heridas físicas siempre serán menos dolorosas que la soledad instalada en los huesos.

Para evitar la soledad hay que renunciar a los recuerdos, ya que intentar revivir aquello que ya nos dejó, las felicidades o tristezas, solamente hacen menos fácil la vida presente. También tienes que renunciar a vivir mucho en el futuro, aislarse por anticipado en los dolores que no llegan, tampoco nos lleva a nada. Para evitar la soledad, debes crear recuerdos para luego olvidarlos; tienes que hacer planes para luego encajonarlos.

Para evitar la soledad hay que dejar que te duelan los huevos u ovarios, nada te hace acercarte a los demás como las ganas viscerales de aparearte, nada te vuelve más social e inclusivo, sin discurso político; hay que convertirse en un animal alerta, en un sigiloso cazador de oportunidades, de señales, de ilusiones, de mentiras; no importa si las crees o las fabricas, lo que se valora es la capacidad para vivir en ellas haciéndolas tuyas. 

Para evitar la soledad no se le puede huir al dolor, por el contrario uno debe ser un maestro para inflingirlo, a uno y a los demás, nada te hace sentir más vivo que, conscientemente, poner la vida en peligro.

Para evitar la soledad hay que evadirse de uno mismo, ennegrecer la diáfana claridad de este sol idiota, entorpecer el entendimiento de las cosas, apagar las percepciones, dejar de valorar el entorno para solamente aceptarlo y fluir con él en cada caso necesario. Nada facilita más la felicidad que la idiotez.

Para evitar la soledad, hay que saber esconderse en la multitud, evitar destacar siguiendo la estúpida idea moderna de la individualidad; uno debe convertirse en un ser convencional, social, gremial, grupal, hay que formar parte de lo que sea que te de un sentido de pertenencia, aunque sea falso; siempre es mejor reír de dos.

Para evitar la soledad, hay que esconderse del llanto y la tristeza como si fueran la peste; nada te aísla más que arrastrar una cara de llorona como tarjeta de presentación.

Para poner en práctica todo esto y evitar la soledad, lo más importante es mantenerse vivo; después ya nada importa.

¡Ajá! ¡Te pillé, tonto! Este post no es tuyo, lo has sacado de http://peregrinoinmovil.wordpress.com/2014/01/31/breve-manual-para-evitar-la-soledad/ Confiesa que te hubiera gustado escribirlo tú.

jueves, 5 de junio de 2014

Dios visitará tu casa


En una casa decente y honrada, de esas que mantienen a la vez pobreza y dignidad, en un pueblo tan alejado de los grandes problemas del país como de los beneficios del progreso, vivía un hombre que vivía tan tranquilo como lo permitía su modesta condición económica. La casa, una chacra que a duras penas rendía paltas y naranjas, amén de unos cuantos pollos y patos completaban el patrimonio familiar. Le llamaremos Renato, que es un nombre tan común como cualquier otro.

Para dar una mejor idea de esta persona, podemos decir que no soñaba. No quiere esto decir que no tuviera sueños, que si los tenía, como los tiene cualquier persona, que sueña con un destino mejor para sus hijos, una mejor casa, y poder reparar al fin todos los daños que ocasionó sobre su casa y su chacra la crecida del río, que fue tan fuerte hace dos temporadas. No, lo que queremos decir es que Renato no soñaba al dormir por las noches. La razón era tal vez que nuestro hombre salía al amanecer a las labores agrícolas, al mediodía hacía el camino al pueblo para conseguir provisiones y tratar con comerciantes por sus cosechas, para hacer el camino de regreso a la chacra y luego a su casa a donde aún ayudaba a su esposa en pequeñas tareas, y llegaba a su lecho tan agotado que no soñaba por las noches.

Por eso fue que se sorprendió tanto cuando soñó una noche. Y el sueño era además uno muy especial. Soñó que iba por el camino que recorría todos los días y se le aparecía un ángel de brillantes vestiduras. El hombre, sorprendido de aquella visión, pensó, dentro de su sueño, que le había llegado la muerte mientras dormía, pero no era así. El ángel le dijo con dulces palabras que no tuviera miedo, que solo le acompañaría un trecho, lo suficiente para anunciarle que recibiría la visita de Dios el siguiente sábado, y que tendría que estar preparado para cuando aquello pase. El buen Renato vio alejarse al ángel con un paso leve que no dejaba huellas ni manchaba sus vestiduras, a pesar de que el camino estaba lleno de barro por la lluvia de la noche anterior. Al despertar, se quedó pensando en lo sucedido, si sería realidad lo había vivido o sería solo un sueño sin significado ni premonición. Al comentar este hecho con su esposa, ella estuvo de acuerdo en que el sueño debía tomarse seriamente y habría que preparar la casa para la visita de Dios. ¿Pero cómo preparar su humilde vivienda para esa visita? La fecha prometida estaba a dos días, demasiado cerca para pintar la casa o arreglar el jardín, comprar cosas con qué adornar la sala, o siquiera para pedir la ayuda de su hermano, que había trabajado en la ciudad varios años y conocía mejor los protocolos para recibir visitas distinguidas.

Confuso aún, fue a la pequeña iglesia del pueblo a hablar con el cura. El sacerdote, al oír la historia, la descalificó como un simple sueño. ¡Cómo crees que Dios te va a visitar! Dios no se va a aparecer en este pueblo olvidado, y menos alguien que va a la iglesia solo en las fiestas, se toma sus tragos y no colabora cuando pasan la canasta en la misa, le explicó el cura. A la salida de la iglesia, al ver la cara de desconsuelo de nuestro hombre, se le acercó un sujeto que había venido hacía algunos meses al pueblo con una biblia de tapas negras y hojas llenas de marcadores. Le habló del verdadero Dios, de cómo prohíbe adorar imágenes, de la cercanía del fin del mundo. Cuando al fin dejó de hablar un momento, el hombre empezó a narrar su sueño. El extraño ni siquiera lo dejó terminar. Eso es una trampa del demonio, que te quiere confundir, le dijo. Dios no visita a las personas, y los ángeles solo vendrán a la tierra para anunciar el fin del mundo. Inmediatamente quiso leerle todas las referencias que tenía marcadas sobre el tema en su Biblia para mostrarle su error. El evangelista no se sintió satisfecho hasta que Don Renato le aceptó unos folletitos y le hizo concordar en que era imposible que Dios visitara a alguien que no sigue las enseñanzas de la Biblia.
Incapaz de obtener ayuda sobre cómo recibir a Dios en su casa, Renato regresó dispuesto a hacer lo que mejor pudiera para recibir la visita. Esa noche decidió con su esposa que arreglaría la casa lo mejor que pudiera. Llamarían también a sus hermanos y cuñados para que estuvieran presentes. Los trabajos de la chacra podrían soportar dos días de desatención a la vista de este mucho más importante evento.

La tarea resultó mucho más fácil de decir que de hacer. Consiguió prestado un poco de pintura del local comunal para pintar el pequeño comedor de la casa, ya que no tenía sala dónde recibir visitas. Se aseguró también de colocar mallas en la puerta que daba al corral, de manera que los pollos no pasaran como lo hacían siempre y no interrumpieran la comida. La señora decidió por su parte que lo mejor sería hacer ese caldo de gallina que con tantas ganas alababa la familia cuando había una fiesta. También haría un chancho al horno con hierbas que estaba segura le gustaría mucho a Dios. Pidieron ayuda a los vecinos para terminar con los arreglos. Todos consideraban la idea como una locura, pero varios ayudaron a la familia. Los hijos también ayudaron en cuanto vinieron del colegio, poniendo el mantel, algunas flores, y trayendo frutas de la chacra. Cuando la esposa de Renato se dio cuenta de que más que ayudar, estorbaban, los puso a practicar el Padrenuestro para que puedan decirlo sin equivocación al servir el almuerzo.

El problema era que cada vez aparecían más detalles que arreglar, y cada solución parecía generar un problema mayor. Primero se remplazó el fluorescente de la entrada y el cambio obligó a reparar el cableado, luego un vecino ofreció una mesa más grande para los invitados, la familia y dos o tres sitios adicionales por si acaso, pero resultó que la mesa no podía entrar por la pequeña puerta de la casa, el perro fue amarrado con una correa fuera de la casa, pero empezó a aullar lastimeramente. Las preguntas iban y venían con todos los que ayudaban ¿Era verdad todo aquello del sueño? ¿Sería bueno poner imágenes religiosas en la pared? ¿Dios vendría solo o traería a su hijo? ¿El ángel que se le apareció en sueños vendría también? ¿Tenía una Biblia en buen estado que pudiera colocar en la mesa? ¿Servirían cerveza con la comida o vino?
Los arreglos duraron hasta tarde en la noche, pero al final todo quedó listo. Los parientes que habían sido llamados durmieron en donde pudieron dentro de la casa para poder estar desde temprano al día siguiente. No todos creían en lo de la visita divina, pero tampoco iban a desaprovechar la ocasión de una comida.
En la mañana el desayuno fue largo y con los parientes, cada quien tratando de imponer su criterio en cuanto a lo que ocurriría. El más joven de los hermanos de la señora insistía en que contaría sus famosos chistes colorados solo para ver si Dios se reía de ellos. Uno de los cuñados trataba de convencer al dueño de la casa de que sería conveniente hacer pedidos al ilustre visitante, de lo mucho que necesitaban un año de buenas cosechas, en que los animales parieran mucho, y que les den buenos precios por ellos. Pide también algo para ti, no seas tonto, dile que te haga rico, interrumpía su esposa.

Al legar la hora del almuerzo, la señora indicaba por enésima a sus hijos que debían portarse bien, que no debían pelearse en la mesa, que debían comer toda su comida, agradecer al terminar, que debían, en fin, portarse como nunca se habían portado en su vida. A eso de las dos de la tarde, el dueño de la casa ya estaba cansado de responder que el ángel no le había indicado la hora exacta en que llegaría Dios, de salir a la puerta ante todo el grupo de vecinos para decir que Dios no había llegado todavía y que no sabía a qué hora vendría. Tuvo que espantar al tipo que trató de leerle la Biblia el día anterior, que había traído a un grupo que intentaba colocarse en la puerta para cantar canciones religiosas, repartir revistitas y trataba de convencer a los demás vecinos de que solo ellos eran los verdaderos cristianos. A las cinco de la tarde, cuando todos estaban ya cansados de esperar de pie, los niños estaban más incómodos que nunca a causa de la ropa almidonada y de las constantes reconvenciones de la madre para que no se despeinen, decidieron almorzar ligeramente, no sea que Dios vaya a llegar para la cena en lugar de para el almuerzo. La familia insistió en que el chancho no tendría igual sabor y debían comérselo todo, en caso de que Dios no viniera.
Ya era tarde en la noche cuando los vecinos que habían estado aguardando afuera de la casa empezaron a irse. Uno de ellos incluso tocó la puerta para burlarse diciendo que era Dios y que se había demorado en el tráfico. Hasta los hermanos de Renato, sus cuñados y sus respectivos hijos se fueron, después de agradecer la comida y la cena, aunque con una sonrisa burlona en los rostros. Al final, solo quedó el pobre hombre, su esposa y sus dos hijos, la misma familia que era antes de tener el sueño del ángel. Todo había salido mal, había descuidado su trabajo, se había convertido en la risa del pueblo, había pedido muchas cosas prestadas que tenía que reponer o devolver. El único consuelo que tenía era que había hecho lo que le parecía correcto a pesar de todo, y que si todo sucediera de nuevo haría todo de la misma manera. Este pensamiento le tranquilizó lo suficiente como para para dormir sin culpas esa noche. Para entonces estaba tan cansado que creyó que ya no volvería a soñar, pero se equivocaba. 
Otra vez tuvo un sueño. Y el sueño era que estaba en su casa con su familia, tomando el desayuno del domingo, cuando oyó que golpeaban la puerta.

La señora abrió para ver que era Dios, disculpándose por la tardanza. No quedaba nada de la noche anterior, así que no le quedaba nada por ofrecer sino el pan que estaba comiendo. Dios lo aceptó con alegría y lo partió de modo que alcanzó para todos en la mesa. Así estuvieron compartiendo el pobre desayuno, conversando alegremente hasta media mañana, en que Dios, respetuosamente se levantó para despedirse. Toda la familia se quedó en la puerta viendo a Dios irse caminando, dejándoles una sensación de alegría en los corazones. El hombre despertó del sueño de pronto, sin comprender exactamente lo que había pasado hasta que trató de contar aquel sueño a su esposa. No fue necesario, como tampoco necesitó despertar a sus hijos para cantarles el sueño. Todos habían tenido el mismo sueño, todos habían desayunado, conversado y compartido con Dios ese día.
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